Estamos a menos de un mes del inicio de Guerras Cántabras, y comienza aquí un relato sobre el proceso de creación de sus actos. Confieso que mi intención es que aquellos que todavía no los conocéis os apetezca descubrirlos, y que los que vinisteis hace algún tiempo sintáis curiosidad por ver cómo hemos evolucionado. A los demás, a los que habéis venido hace poco, os esperamos porque sabemos que vais a volver.
Existen muchas razones que han convertido a las representaciones de nuestra fiesta en referentes dentro de la recreación histórica, poco a poco iremos hablando de casi todas ellas, pero hoy, en este primer artículo, quiero hablaros específicamente de una: la permuta de crecimiento constante entre intérprete y personaje, o lo que viene siendo «cuando un personaje se te mete dentro». Porque antes de analizar los actos en sí mismos, es necesario hablar de quienes los protagonizan. Contaros el esfuerzo, el compromiso y el trabajo compartido de las personas que deciden tomar la responsabilidad de sacarlos adelante encima del escenario. Una hermosa responsabilidad cargada de emoción, superación personal y compañerismo.
Como ya he dicho en alguna otra ocasión, cuando hablamos de recrear nuestra historia, hablamos de una pulsión, de un latido emocional que nos conecta con nuestras raíces y nos permite entendernos como sociedad. Nada mejor para llevar adelante dicho impulso que utilizar el poder catártico del teatro. Un teatro vivo y vibrante que nos haga sentir nuestro pasado para así poder comprenderlo, siguiendo así la máxima del maestro Peter Brook cuando dice: «Solo procuramos que el espectador sienta. Y cuando alguien siente, comprende».
Para que esto ocurra, uno de los pilares sobre los que se levanta la dirección artística de Anabel Díez consiste en poner en primer plano la dimensión humana del intérprete: «Si un mismo personaje se ve habitado por dos personas diferentes, es imposible que el resultado sea el mismo personaje». Siempre hay una huella imborrable que la verdad de quien las pronuncia debe dejar en las palabras; una huella que desde la voz humana marca lo que esas palabras transmiten.
Es evidente, además, que en un evento de esta naturaleza trabajamos constantemente con una argamasa emocional basada en arquetipos, que nos permite un margen enorme de crecimiento en su dibujo a través de la variedad de colores personales. Ese es el motivo por el que los personajes de Guerras Cántabras son interpretados por la misma persona durante al menos cuatro años. Como en cualquier tipo de relación de pareja, al personaje y al intérprete hay que darles tiempo primero para descubrirse, luego para conocerse, más tarde para enamorarse y, a partir de ahí, permitirles un periodo de convivencia en el que puedan crecer juntos. Es una relación tan especial que cuando llega el momento de la despedida siempre hay un inevitable desgarro; porque al final, lo que dejas no es una carcasa vacía marcada por un vestuario, un maquillaje o unas palabras, lo que acaba es una relación de amor que para la inmensa mayoría de los festeros ha supuesto un crecimiento inolvidable.
Sí, amigos, festeros, porque en Guerras Cántabras no hay actores en el sentido más ortodoxo de la palabra. Lo que hay en nuestra fiesta son festeros, dispuestos a regalar su esencia de manera generosa para descubrir la noble pasión de convertirse en “otros”, y es tan fuerte la experiencia que muchos de ellos deciden, a posteriori, formarse como actores.
Y lo primero que descubren es que un personaje no puede ser un destino; un personaje siempre es un encuentro. Por eso los nuestros son tan creíbles, y por eso, cada vez que cambiamos a quien lo hace, cambian el vestuario, los textos y la voz poética de su avatar, porque las palabras escritas en un papel son de quien las escribe, pero las que se pronuncian sobre un escenario deben pertenecer a quien las dice.
Estos son los cimientos del teatro que practicamos en nuestras fiestas, la raíz que lo hace tan vitalmente humano y una de las razones más profundas para que vengáis a descubrir nuestros actos. Cuando los veáis, comprenderéis que no hay intérpretes, sino personas viviendo experiencias, compartiendo su alma, sintiendo y haciendo sentir la historia desde la más absoluta verdad.
¡Venid, amigos! Venid, sentidlo, y así comprenderéis.
Guionista de los actos de Guerras Cántabras